Emblema del Club Motero Pájaro Loco (1981) |
Desde la infancia me gustan las
motos, no lo puedo evitar. A principio
de los ochenta, entre la infancia y la juventud; con amigos que además de clase y calle
compartíamos la misma afición fundamos un club, hoy sería una Consultoría,
Asesoría, Coaching o similar; pero no, era el Club Motero Pájaro Loco.
Nuestra sede estaba situada en la
entreplanta de la tienda de alimentación de los padres de uno de los nuestros. Nos lo dejaban porque era un lugar inútil
pues no tenía la suficiente altura para ponerse de pie, entrábamos agachados y
directamente o te tumbabas o te sentabas en el suelo; nos dejaban estar allí
todas las horas y días que quisiésemos con la obligación de no entrar o salir
cuando en la tienda hubiese clientes, lógico.
Ninguno teníamos moto, pero lo sabíamos
todo. Con regularidad acudíamos a los
servicios oficiales de las marcas, los nacionales: Bultaco, Montesa, Derbi,
Puch, Gilera , los japos: Yamaha, Honda, Kawasaki… y la madre de todos: BMW; las
inglesas y americanas ni tocar, no tenían distribuidor en la ciudad y varias
veces solicitamos sin éxito información por carta a los concesionarios en
Madrid. En cada visita, sin dejar ver
(sin éxito, claro) que no teníamos dinero para comprar ni una bicicleta,
intentábamos sacar toda la información posible de las prestaciones y
características de cada modelo, no solían dar catálogos por lo que amablemente
pedíamos transcribir toda la información posible a nuestros cuadernos para
poder intercambiar opiniones en “el Club”, al principio nos hacían un poco de caso
pero luego simplemente te dejaban un par de catálogos, diez minutos para ojearlos
en la misma tienda y sin más contemplaciones nos mandaban a la calle, una vez
antes de echarnos me dejaron montar sobre una Derbi C7, con caballete y sin
poner en marcha, claro, todavía recuerdo la sensación de poder que daba montar
una de esas.
Nos sabíamos todas las marcas y
modelos de neumáticos, precios, pesos, especificaciones,… todo. Con el distribuidor de aceite intentamos
averiguar sin éxito si era mejor Motul o Castrol.
Nuestro libro de cabecera fue un
Arias Paz de los años 50 que tenía unas ilustraciones maravillosas hechas a
mano y un par de capítulos dedicados a las motos.
Cada semana, entre todos
comprábamos la revista Motociclismo que nos íbamos turnando para leerla y
releerla muchísimas veces, Dennis Noyes era nuestro ídolo.
Sin existir internet ni teléfono
ni fotocopiadora hicimos un muy buen trabajo de documentación. Nos autoformamos y queríamos enseñar a todos
los moteros cómo mejorar sus máquinas y sus aptitudes de conducción; ese era nuestro
objetivo, nuestro target; bueno ese y que nos dejasen dar una vuelta en sus
monturas aunque fuese de paquete.
Salíamos a la calle sin moto pero
con nuestros chalecos vaqueros heredados y desgastados con copias de mala calidad mal cosidas; nos
acercábamos a los bares de moda donde chavales que sí tenían moto bebían y
ligaban. Siempre al quite, intentando
meter baza en cualquier conversación que tuviese que ver con las motos.
-
Hola, vaya moto chula. Pero tira un poco de
humo, creo que lleva mucho aceite en mezcla.
-
Para un uso urbano esas cubiertas que llevas no
son las adecuadas.
-
Te pica la biela, llevas el encendido un poco
adelantado.
-
La tienes que carburar, he observado que no
revoluciona bien.
-
Mejor uses Castrol.
-
La cadena va floja.
-
…..
Nos peleábamos entre nosotros por
dar asesoramiento, consejos, formación, orientación “profesional”, optimizar la inversión,
mejoras en conducción y pilotaje; si algún pobre diablo, por error o
casualidad, se lo ocurría preguntarnos algo…. Pobrecito.
-
¿Qué moto me compro?
Y ahí estábamos cual águila
culebrera:
-
Lo primero es saber el uso que le vas a dar, ¿competición
o desplazamiento? El tipo de conducción que tienes, la proporción de uso,
¿carretera, caminos?....
Daba igual no contestar a lo
preguntado, el caso era demostrar todo nuestro conocimiento con la esperanza se
acordase de nosotros algún día si compraba moto.
No nos perdíamos ni una carrera,
legal o ilegal que había, allí nos presentábamos con nuestros raídos chalecos y
ganas de entrometernos a ver si tocábamos pelo algún día. Coaching de los 80’s,
sin más.
A una amiga (que no era motera
pero sus padres le compraron un vespino azul), no sé muy bien cómo la
convencimos de que si nos la dejaba haríamos que tuviese más potencia y
correría más que los demás vespinos. Por
algún libro viejo habíamos leído cómo aumentar el voltaje en la chispa de la
bujía por medio de un arco aéreo, preparamos en el Club con dos clavos, un
trozo de madera y cinta aislante, un “invento” que cortando el cable de la
bobina a la bujía e instalándolo en medio, aumentaría el voltaje de la chispa y
por consiguiente la potencia. El precio
era que nos dejaba el vespino un fin de semana para que paseásemos; se nos
hacía boca agua. No calibramos demasiado
bien la intervención y el resultado es que además de no tener más potencia se
rompió la bobina, el cable y la bujía; esto nos lo dijo, tras varios insultos,
el padre de la chica cuando nos vino a reclamar lo que le había cobrado el
taller de reparación.
A pesar de este y otros
contratiempos el Club Motero (la Consultoría) duró hasta que todos tuvimos
moto.
Senior Riojano
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