martes, 2 de mayo de 2017

Maite, Alberto, yo y el sexo





Alberto es mi primo, dos años mayor; desastre en la escuela que abandonó con trece, rudo, inquieto, noble, trabajador y ansioso de comerse la vida a su manera, sin miedo a nada ni a nadie; mi ídolo de adolescente, Alberto representaba mi libertad soñada, vivir sin normas.  Tenía una motillo; ni había cumplido dieciocho ni tenía carnet, pero era habitual que se desplazase con el coche de la hermana que esa mañana de otoño se casaba embarazada de su último (o penúltimo, quién sabe) novio que conoció.
El primo Alberto y yo ataviados con las americanas compradas para la ocasión entramos a la Iglesia, nos quedamos voluntariamente rezagados y en cuanto comenzó la ceremonia sigilosamente nos dirigimos al bar más cercano para tomar una cerveza y comprar un paquete de Winston, ¡es nuestro día!
- Hoy es un día grande. –nos decíamos para autoconvencernos de que nadie nos diría nada por beber y fumar a destajo, en una boda de los 80 los adolescentes podíamos hacer cosas en público que normalmente hacíamos en privado.
Maite, una prima del novio esperaba en la puerta de la Iglesia la salida de los recién casados.  Un poco mayor que nosotros, 18 ó 19, no más, pero con más kilómetros que entre los dos juntos; capaz de hacer varias cosas a la vez a toda velocidad; mascar chicle abriendo la boca, beber cerveza, reír a carcajadas, fumar, hablar sin parar y poner morritos al que la mirase, todo al mismo tiempo.  No dejábamos de mirarla, para dos pobres incautos significaba el vicio personalizado, algo habría que decirle, no se iría de rositas, tiempo al tiempo que esta cae, hoy nos estrenamos, está hecho pensábamos.
Pasó la ceremonia, en el banquete estaba un poco alejada, no le quitábamos ojo buscando el momento de acercarnos para entrarle, había que ser astuto para que ningún otro chaval se adelantase.  Todo planeado, Alberto le pidió el coche, un Seat 124 D, al primo pijo de Donosti, esa era la táctica secreta, alejarla de los otros depredadores, así sería más sencillo cautivarla.  Por fin comenzaron los cafés, todo se relajó, las corbatas empezaron a soltarse, las americanas ya descansaban en el respaldo de las sillas y los puros llenaron de humo el restaurante.  Fumábamos sin parar y bebimos todo lo que estaba a nuesetro alcance.  Era el momento de la caza y los dos cachorros sedientos de aventuras salimos de ronda.  El primo Alberto amparado en mí, yo amparado en el primo, y ambos amparados en nuestra propia inexperiencia que es la madre de todos los atrevimientos.
- Hola, ¿eres Maite la prima de José? ¿Verdad? Te conozco de vista, de un día que viniste a fiestas.
- Ya sé, y tú el hermano de Ana, que me lo han dicho por ahí. - dijo sin dejar de mascar chicle entre calada y calada- ¿Y este quién es?
- Mi primo Jesús, pero le decimos "el libros", viene muchos fines de semana, es estudiante.
Ya estaba roto el hielo, ahora tocaba la fase del despiste, entretenerla, marearla, hacer que subiese al coche para que nada más la distrajese.
- Que digo que si vienes a tomar algo, nos han dejado un 124. - le dijo con mucha seguridad Alberto.
- Va.
Y nos fuimos los tres al pueblo de al lado con el coche prestado a tomar unos "mediocubaderonconlimón", y a fumar, y a reír, y a asomarnos al escote, y a mirarle las piernas, y a ver cómo se movía esa minifalda, y a lanzarle miradas furtivas al culo. Al tercer o cuarto mediocuba decidimos volver, había sesión de discoteca para cerrar la fiesta y no debíamos faltar ninguno de los tres.
Aparcado el coche, y frente a la puerta de la sala llegó el momento de asestar la dentellada mortal, teníamos que pedirle venir con uno de nosotros a disfrutar de los placeres del sexo antes de que a Maite se le pasase el despiste de humo y alcohol; o eso pensábamos, que ahora o nunca, tardes como esta se presentarán pocas.
- Oye, -le dice el primo mirándola a los ojos fijamente-, que si te vienes a un chamizo con nosotros, ya sabes.
Y la tipa sin dejar de mascar chicle dice tranquilamente:
- Vale, vamos los tres.
Sin poder articular palabra, ambos pensamos lo mismo, “¿Quéeeeee?  No es posible, ¿ha dicho sí? ¿y ahora que se hace? Lo dice por el primo seguro. Fijo que por mí no.” Intentando mantener la sonrisa y que no se notase el temblor de piernas nos susurramos:
- Alberto, que te dice a ti.
- Jesús, que te dice a tí.
- Bueno, ¿qué? ¿vamos ya? -nos dice ella impaciente alzando la voz sin importarle ser escuchada.
Estábamos preparados para cualquier respuesta excepto para un sí.  Bajamos la cabeza, murmuramos algo así como que era broma, que teníamos un poco de prisa repentina y que ahora no podíamos pues teníamos que esperar a otro primo (imaginario claro).
-          Vale, chao chicos, otra vez será.
Y allí nos quedamos con cara de gilipollas.
Estuvimos un rato en silencio, mirándonos, fumando unos cigarros mientras intentábamos entender qué había sucedido, ¿porqué se nos había escapado cuando ya estaba atrapada?.  Preguntándonos si había sido real, o éramos víctimas de una burla, entramos cigarro en boca, rabo entre las piernas y mediocubaderonconlimón en la mano sin ganas de más aventuras de estas, al poco rato Maite, la explosiva chica que nos había acompañado hasta hacía un momento, se iba de la mano de un tipo con melenas y bigote que desconocíamos, que ni siquiera había estado en la boda de mi prima.
Y esta es la breve historia que nos sucedió con Maite, que por cierto también se casó al otoño siguiente embarazada de un Guardia Civil que llegó ese mismo verano a su pueblo.  Después se fueron y nunca más volvimos a saber de ella, decían que pidió Canarias por llevársela lo más lejos posible, lo cual no quita para que cada vez que nos juntamos Alberto y yo recordemos la anécdota, nos riamos y sigamos preguntándonos si Maite les contará a sus amigas que una vez asustó a dos pobres diablos en una boda de pueblo.
  

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