Lo peor de la edad es que cada vez se tiene más
conocimiento, perspectiva y objetividad de los asuntos pero por el contrario cada
vez nuestra opinión suscita menos interés, no es raro encontrar en los bares a
jubilados que habitualmente abrasan a la clientela con historias que sólo les
interesan a ellos mismos. Opinar o
exponer experiencias a jóvenes de 20 años me recuerda cuando mi abuelo me
contaba sus batallitas previas a la guerra civil, simplemente ni entendía ni me
interesaba nada y aguantaba el monólogo mirándole fijamente, pensando en otras
cosas y esperando con ansia que acabase la historieta. Por eso nos juntamos por
franjas de edad, con una tolerancia de mas menos un lustro, gente que hemos
vivido prácticamente lo mismo y con pocas palabras somos capaces de expresar
mucho puesto que sabemos de lo que hablamos.
Cenando anoche con los amigos por casualidad salió
un tema en el que todos coincidimos de inmediato: Infelicidad Laboral. Somos una cuadrilla muy heterogénea
laboralmente hablando, cada uno tenemos un cargo diferente en un sector
diferente, entre 25 y 35 años trabajados ininterrumpidamente, luego alguna
experiencia entre todos ya sumamos. Pues
lo dicho, el sentimiento de felicidad por el trabajo, tanto por cuenta ajena
como propia ha desaparecido.
Recordábamos los inicios, el espíritu de pertenencia
a una organización, las ganas de hacer bien el trabajo, la satisfacción que
produce ser reconocido personalmente por el esfuerzo hecho en pos de la empresa,
del equipo. Las empresas eran como las
familias, los padres cuidaban de los hijos y los hermanos entre sí, todos
alineados en la misma dirección, todos juntos sabiendo que el destino de uno
era el destino de todos los demás.
Éramos felices trabajando, muy felices; nos sentíamos parte de algo
importante.
La pregunta clave fue ¿quién conoce a alguien que
sea feliz en su trabajo actualmente?
Enseguida descartamos a los conocidos cercanos que
recientemente han salido de las listas del paro para ocupar unos puestos de
confianza en el Gobierno Regional; a estos los descontamos de la particular
encuesta pues no son representativos, sería como incluir también a los que les
ha tocado la primitiva, pues no, esos no cuentan para medir la felicidad
laboral. Y el resultado fue apabullante,
todos nuestros conocidos y nosotros mismos habíamos perdido el sentimiento de
pertenencia y el espíritu de realizar el mejor trabajo del que somos
capaces. La noche estuvo llena de
anécdotas de despidos, presión, venganzas, presión, favoritismos, presión, rebajas
de sueldos, presión, directivos incompetentes, presión, tráfico de influencias,
presión, nepotismos, …. y al final de todo la misma conclusión: En la última
paga va incluido todo, nadie te debe nada.
Los chavales que llegan ya no tienen ni la intención
ni la esperanza de estar muchos años en la misma empresa, y la empresa sabe que
está contratando a precio de saldo unas horas (unidades de trabajo humano) y
que estarán mientras no encuentren nada mejor, pero compromiso, espíritu,
profesionalidad y lealtad; cero.
“Quien vende miseria gana miseria”, y esto se está
llenando de miserables, por arriba y por abajo.
Esta es vuestra herencia.
Senior Riojano
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