Me embarqué en un proyecto largo y complicado de año y medio
de trabajo “a full” de todo el equipo, con revisiones mensuales de los hitos
acordados con la parte contratante y penalizaciones por los retrasos; un reto en
el más amplio sentido de la palabra. El kick-off fue una comida de buena
voluntad de colaboración por ambas partes.
Ya en el café, el gran Jefe de mis clientes me preguntó sin esperar
respuesta:
- Hay dos tipos de hombres, los que cumplen y los que ponen excusas. Veremos de cuál eres.
Esta anécdota que suelo contar repetidamente en las cenas
como el viejo abuelo cebolleta que soy cada vez que tengo oportunidad a las
nuevas generaciones, es la que lleva toda la semana rondándome la cabeza al
hilo de las riadas y todo lo dicho por nuestra querida clase política.
En la calma chica del océano no eres capaz de distinguir
entre un buen o un mal capitán de velero, pero cuando estás dentro de una
tormenta hasta el más inexperto sabe si el que lleva el mando es de fiar o
no. Esta última Dana no nos ha descubierto
nada nuevo, sólo ha reafirmado lo que todos sabemos y aceptamos como normal,
por lo que tampoco entiendo esas caras de susto por la nefasta gestión que están
haciendo. Elegir a dedo y no por méritos
cargos de tantísima responsabilidad es lo que tiene, que todo va bien hasta que
deja de ir bien. Bomberos, Ejército, cualquier
FCSE o servicio de Emergencias son profesionales, que cobran y que cada día se
preparan para hacer su trabajo a la perfección que es salvar y proteger vidas;
nos emociona ver sus actuaciones jugándose el tipo por encima de lo esperado. A todos estos los considero yo del grupo de
los que cumplen, siempre cumplen, hacen lo que hay que hacer cuando hay que
hacer, punto. Y luego están “los otros”
profesionales, los que sólo cobran y han llegado al puesto por amiguismo sin la
más mínima preparación ni ganas de prepararse; a todos estas joyitas los meto
en el grupo de los que sólo ponen excusas. Es alucinante como eluden cualquier
responsabilidad, estos no se juegan la vida como los anteriores, estos se
esconden, son cobardes.
El ciudadano de a pie, independientemente de a quién vote, o
incluso si no vota; además de revolvérsele las tripas y quejarse amargamente al
viento poco más puede hacer. Que sí, que
todos tenemos la libertad de crearnos un partido y presentarnos y cambiar el
mundo; sí, lo sé, conocemos muchos casos, pero es que nos da la risa para hacerlo.
Lo peor de todo es que no se atisba un cambio en el
funcionamiento de los partidos y la política en general. Que seguirá habiendo funcionarios del Estado
que nos salven y seguirá habiendo políticos que nos enfrenten y nos hundan. Esto ya no se puede cambiar desde fuera, porque
da igual al partido que votes o simpatices, el funcionamiento interno es
exactamente el mismo en todos los casos.
El afiliado debe ser ciego, sordo, tonto y mudo; leerse cada mañana el
argumentario y hacer de altavoz en su grupo de influencia, así, con un poco de
suerte y peloteo podrás acceder a un puestito aunque sea de bedel en algún
chiringuito creado al efecto de agencia de colocación para colegas. Pero mucho cuidado en cuestionar nada del
partido, ni a quién ponen o quitan, o a qué asesores eligen, o si lo hacen bien
o mal, o si son buenas o malas políticas para el ciudadano; a la mínima discrepancia
o aportación discordante estás fuera y si no tienes ni oficio ni beneficio ya
sabes que ahí afuera hace mucho frío y hay familia más vicios que mantener.
Al principio de la democracia pensaba que estar afiliado a
un partido era participar de la vida política de un país, de poder contribuir
con tu conocimiento, tu trabajo o tus ideas a mejorar la vida de tus vecinos
por encima de los colores. Nada más lejos de la realidad.
Un afiliado es como un testigo de Jehová, evangelizando tocando
timbres; da igual que intentes razonar con ellos, se han aprendido el
argumentario y de ahí no los sacas.
Repito mi frase de la semana: “Hay dos tipos de hombres, los
que cumplen y los que ponen excusas”.
Y cada marea borra y hace olvidar cada huella, cada palabra
escrita en la arena, y una y otra vez repetimos las mismas pisadas.
SENIOR RIOJANO
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