María y yo cenábamos a
la luz de las velas y al calor de unos Albariño muy fríos junto a la plaza
Franco cerca de la Catedral de Santiago, nos habíamos conocido en las últimas
etapas del Camino, por casualidad, mientras me resguardaba de la lluvia llegó
ella, empapada, helada, la tormenta la había sorprendido y no paró de caminar
hasta encontrar cobijo y calor; con una toalla le sequé el pelo y presté una
chaqueta de lana seca.
- Gracias -dedicándome
una sonrisa- Soy de Madrid ¿y tú?
- De Cuzcurrita, un
pequeño pueblo de La Rioja.
Paró de llover y
decidimos continuar juntas hasta el primer albergue que encontrásemos, ambas
necesitábamos secarnos, cenar y descansar, eran ya muchos días de fatiga
acumulada.
En el Camino saludas a
todos, conoces a algunos y sólo con alguien te relacionas, y ese alguien fue
María, congeniamos bien desde nuestro encuentro fortuito; me resultaba
especial, ella vivía en la Capital, había viajado por medio mundo, no tenía
trabajo y hacía el camino para alejarse una temporada de la impersonalidad de
una gran ciudad; para una chica de pueblo con una vida monótona sus aventuras
me parecían fascinantes. Le confesé que mi
novio de toda la vida me había dejado, que necesitaba estar sola unos días,
apartarme de todo el revuelo que se había formado en mi familia y en el pueblo,
ni me preguntó ni le conté los detalles.
En Santiago había
fiesta, al salir del pequeño restaurante dirección la Catedral un par de chicos
nos pegaron unas banderas arco iris en nuestras camisetas. María me miró.
- Mira la fiesta de
Greenpeace.-dije incauta de mí- yo también soy ecologista, estoy muy
concienciada.
- ¿Sabes que día es
hoy?
- ¡Claro! 27, ¿pues?
No pudo por menos que
soltar una risa sincera, pasarme el brazo por los hombros, aplastar la pegatina
de una palmada y decirme:
- Además de verdad,
¡somos ecologistas! ¡y nos vamos de fiesta!
Queríamos tomar un par
de gin-tonics y los tomamos entre risas y baile, yo no era muy de bailar pero el
ambiente era realmente divertido, me sentía a gusto; caminamos con las copas en la mano hacia una verbena-fiesta
junto a la catedral, nos sentamos en las escaleras descendentes de acceso que
hacían las veces de gradas, la noche era espléndida, el presentador dio paso al
siguiente grupo llamado "Ellos", empezó la música y toda la gente
comenzó a bailar desenfrenadamente, me llamó la atención ver chicos disfrazados
de chicas, muchas chicas de la mano y chicos con camisetas de lycra muy
ajustadas con un pañuelo en el bolsillo trasero del vaquero.
- María ¿esta gente no
es un poco rara?
Soltó una carcajada cariñosa.
- 27 de Junio, día del
Orgullo, que la bandera arcoiris que llevas no es de Greenpeace, vaya. -me dijo
suavemente- que esto es una fiesta .... "especial"
Me quité la bandera
rápidamente de la camiseta y tomé otro trago del gin-tonic, no me había enterado
de nada, sentí vergüenza por estar tan alejada de la vida, del mundo.
- Tranquila, no
muerden. - Añadió, haciéndome un guiño.
- Nunca había visto
esto, es que soy de pueblo -dije acentuando el acento riojano- Estoy bien aquí contigo, un poco cansada, me
duele la espalda, han sido muchos días con la mochila a cuestas.
Sin decir nada más se
situó tras de mí en el escalón superior y comenzó a masajear mi espalda de
arriba abajo, suavemente aplicando más y menos presión con movimientos
circulares alternados con verticales desde el cuello hasta los riñones.
- ¿Qué tal?
- Bien, seguro que
tengo alguna sobrecarga muscular. Gracias por el masaje. - Cerré los ojos.
Sus manos se fueron
bajo la camiseta sin parar de friccionar la espalda, noté como se volvían a
tensar mis músculos en un acto reflejo involuntario, continué sin abrir los
ojos, la sensación era muy agradable; suavemente, sin prisa, en uno de los
movimientos soltó mi sostén y deslizó desde atrás sus manos hasta acariciar mis
senos muy suavemente. Comenzaba a sudar, no quería abrir los ojos, me estaba
sintiendo en el cielo. Alcé mi cara y
encontré que sus suaves labios húmedos y fríos por el gintonic me besaban
dulcemente. Nunca nadie me había besado así. El mundo se detuvo.
No paramos de besarnos
hasta nuestra pensión, esa noche sólo usamos una cama, una mujer me hizo sentir
más mujer de lo que nunca me había sentido.
Bebí del manantial del placer, por fin gocé de mi cuerpo con otro cuerpo;
con mi ex-novio lo hacía porque había que hacerlo, esto era diferente, no sentí
dolor, ni asco, sólo ganas de disfrutar y hacer disfrutar.
María se durmió entre
mis brazos, yo no pude conciliar el sueño, sabía que poco después del amanecer
se marcharía para continuar con su vida, quería estar despierta para saborear
el momento y poder recordarlo para siempre.
Los primeros rayos de sol iluminaban la estancia cuando despertó, me
besó en la mejilla, miró la hora y fue derecha a la ducha.
La despedida fue breve,
todo estaba dicho sin palabras. Me
abrazó muy fuerte, un beso largo en los labios, tomó su mochila y con un: <Eres
una chica fantástica, te deseo lo mejor>, se marchó.
Ya en el tren de regreso
a mi pueblo no paraba de planear cómo contarlo a mi familia, a esos que me habían
llevado cada domingo a misa, a los que no me dejaban salir sola de noche, a los
que me habían alejado del mal y guiado por el buen camino; me repetía una y
otra vez:
<27 de Junio de 2004,
Santiago de Compostela. Al Camino fue
una chica de pueblo que hacía lo que todo el mundo esperaba que hiciese y
regresa una mujer que hará lo que quiera hacer.
No soy otra, por fin soy Yo Misma, cabeza alta y mucho orgullo.>
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