Inmóvil, mirada fija en el infinito, respira pausadamente sentado en su vieja mecedora acariciando la copa entre sus dedos, templando el añejo fruto de la vid. Tregua diaria en la lucha a muerte con la vida.
Manteniendo los ojos abiertos saborea el olor de viejas batallas. Un
sorbo y el aroma del caldo baña la boca, lo mantiene unos segundos
deleitándose hasta que una sensación de bienestar y tranquilidad le
recorre, el aire empapado en fragancias afrutadas le invade. Alma cosida
a cicatrices de heridas no curadas de frases nunca dichas, de amores
que nunca fueron. Momentos de furia calmada compartidos con tal leal
compañero, con el elixir que consuela, reposa y suelda sus pedazos.
Paladea el último trago, el más largo, se relame los labios, sonríe, y antes de levantarse alza la copa vacía; le dice:
- Hasta mañana, amigo.
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